lunes, 4 de enero de 2010

La añorada felicidad


Si haces el ejercicio de preguntar a tus familiares o amigos, cual es su mayor anhelo y les das un minuto para pensar en silencio, seguramente te contestarán: “ser feliz”. Vivimos en una sociedad llena de cosas y consecuentemente llena de necesidad de cosas. Muchos sueñan con sacarse algún premio en el azahar que les permita costear todas sus “necesidades” y sin embargo entienden que eso es distinto de ser felices, “el dinero no hace la felicidad, sólo la financia”. Más es raro que todos, en mayor o menor medida, erremos el camino de la felicidad y recorramos el sendero del dinero, que claro está, no lleva al mismo lugar.
La felicidad tampoco está relacionada con el placer, la comida, el sexo, la bebida y el ocio, nos entregan pequeños momentos de placer pasajeros. Cada vez que estamos experimentando un momento de placer queremos permanecer en eso y nos da miedo perderlo, por lo que nos aferramos enfermizamente en relaciones insanas o nos atemorizamos profundamente por la pérdida inminente. De esa forma, pidiendo al cuerpo algo que va más allá de lo físico, quedamos nuevamente atrapados en el camino equivocado. Por la vía del placer tampoco conseguiremos la felicidad.
Buda Gautama dijo: “existe el placer y existe la dicha, renuncia al primero para conseguir el segundo”. La trampa de las cosas, los encantos del pacer, el miedo a buscar donde nunca he explorado, nos aleja del destino natural de la humanidad, el amor y la felicidad.
Todos hemos experimentado momentos de felicidad real en nuestras vidas y aún así muchas veces no logramos distinguir entre ellos y el placer o el tener. Para facilitar la objetivación, tomemos tres situaciones comunes. (1) Una rica cena en el restaurante de moda, buen vino y buena compañía. (2) Salir de la automotora en un convertible cero kilómetros, reluciente y ronroneando. (3) Sentarse en silencio y descansar bajo un árbol frondoso movido por la brisa de primavera.
En los tres casos me siento “feliz”, primero por la danza de sabores en mi paladar y el grato momento, en el segundo caso disfruto de tener un objeto deseado y ser afortunado y ¿en el tercer caso?, ¿qué es lo que me genera felicidad?. En parte descansar, que es un bien preciado en esta sociedad de locos, pero es más que eso, tiene que ver con estar, simplemente estar. Sin dejar que el cuerpo nos controle con placeres pasajeros o la mente nos encandile con historias que alimentan nuestro ego, sólo estar ahí y sentir que el árbol, la brisa y nosotros estamos en comunión por unos instantes, no tengo nada y no existe miedo a perder nada.
La felicidad es más bien algo psicológico que algo físico. La felicidad es un estado que podemos habitar cuando poseemos algo más importante aún, que por desconocido nadie siquiera menciona anhelar. En un nivel más profundo que el placer físico y la felicidad mental, se encuentra la alegría del espíritu, libre de necesidades, libre de miedos, libre de placeres, auténtica y cristalina.
Cuando dejamos de buscar afuera lo que tenemos dentro, al liberarnos de la necesidad de otros y disfrutar todo lo que nos llega como un regalo, la alegría de nuestro espíritu aflora regándolo todo, como un manantial inagotable de dicha.
Pero volviendo al punto inicial, ¿cómo conseguimos entones la tan anhelada felicidad?, simple, más no fácil. Si detenemos nuestra loca carrera por tener más y más, si nos liberamos de la esclavitud de los placeres, si dejamos de creernos dueños de las personas y reemplazamos este tiempo por silencio, oración, contemplación, meditación o servicio, si prestamos atención a nuestro espíritu para que pueda mostrarnos lo sabios, buenos y dichosos que somos. Entonces, estaremos en el camino a la felicidad.

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